sábado, 12 de noviembre de 2016

SOBRE LA EDUCACION ESCOLAR EN EL BARRIO DE BENICALAP - III


LA ESCUELA DE D. EMILIO NADAL

1955 - La escuela de D. Emilio Nadal estaba ubicada en la calle de la Florista, en el primer piso del almacén de trapos “Casa el Quinto” que daba a la misma calle, si bien, el almacén ocupaba un espacio que iba de la Avenida de Burjasot, en la actual Bankia, a la calle de la Florista.

Llegabas al rellano de la primera planta y había dos pisos. El de la izquierda era la zona donde se impartían las clases y en el piso de la derecha era la vivienda de la familia Nadal. Recuerdo que el piso del colegio era toda un aula careciendo de habitaciones. Era un espacio amplio donde había pupitres y mesas con bancos  donde los  críos  de todas las edades se sentaban.

Una mesa colocada en lugar estratégico en el centro, pertenecía a  D. Emilio, que con una buena voz  y una paleta cuyo golpe sonaba a estruendo, ayudado  con la supervisión de la Sra. Emilieta, su mujer, imponían el silencio y por descontado orden. Si había algún rebelde que alteraba, allí estaba la paleta de D.Emilio para señalarle el recto camino. La Sra. Emilieta se encargaba de cuidar a los más pequeños y cuidar la clase cuando D. Emilio, por cualquier circunstancia, tenía que ausentarse.

La terraza del piso era amplia y aprovechaba como recreo de los alumnos. Los pupitres eran de madera, si bien, no era extraño que sobresaliera algún clavo que esgarrara más de un pantalón.
Era el colegio privado para aprender las cuatro reglas y se preparaba el ingreso para el bachillerato. La mayoría eran niños que llegada la edad  no se permitía estudiar en el colegio de monjas   y era el único sitio donde se podía seguir estudiando. Recuerdo que D. Emilio seguía formándose en la Facultad de Filosofía, y que cursaba estudios de piano. El colegio desapareció con su muerte.

Con antiguos alumnos que he hablado hay un grato recuerdo e incluso algunos me han comentado que aquí fue donde aprendieron las bases elementales que les sirvieron  en su vida.

Texto: Eduardo Donderis Folgado

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